San Agapito, mártir en Prenesta, en la campaña romana, fue encarcelado a la edad de quince años, azotado con nervios de buey y arrojado después en una espantosa mazmorra, donde quedó abandonado cuatro días sin alimento. Sacándolo de allí, le pusieron brasas encendidas sobre la cabeza, y como no cesaba de dar gracias a Dios, lo suspendieron de los pies encima de un brasero; enseguida arrojaron agua hirviendo y le quebraron las mandíbulas. Fue dejado colgado para que las fieras lo devoraran, pero un ángel bajó del cielo para desatarlo y curar sus heridas. Al ver esto, el soldado Anastasio (17 de agosto) se convierte y proclama su fe, por lo que es encadenado y decapitado. No contento con tal portento, el juez ordena que Agapito sea tendido en el potro y le echen agua caliente en el vientre; al hacerlo Agapito ríe y dice: "Qué hacéis, les han dicho agua hirviendo, y esta es muy agradable". Al no conseguir su apostasía, fue arrojado a las fieras, pero estas no solo no le hacen daño, sino que le lamen los pies. Ante esto y el miedo a la gente, que clama al Dios cristiano, el emperador ordena que sea trasladado a Prenesta desde Roma y allí le atravesaron el pecho con una espada, consumando así su inmolación hacia el año 274.
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