jueves, 23 de abril de 2015

ORACIÓN DE PÍO XII EN LA FIESTA DE LA REALEZA DE MARÍA

   El día 1 de noviembre de 1954, como uno de los principales actos del Año Mariano, el Papa Pío XII instituyó la fiesta de la Realeza de María en el día 31 de mayo, para la cual compuso la siguiente oración, que él mismo rezó en la basílica vaticana.
   Desde lo hondo de esta tierra de lágrimas , en que la humanidad, dolorida, se arrastra trabajosamente; en medio de las olas de este nuestro mar perennemente agitado por los vientos de las pasiones, elevamos los ojos a Vos, ¡oh María, Madre amadísima!, para reanimarnos contemplando vuestra gloria y para saludaros como Reina y Señora de los cielos y de la tierra, como Reina y Señora nuestra. Con legítimo orgullo de hijos queremos exaltar esta vuestra realeza y reconocerla como debida a la suma excelencia de todo vuestro ser, dulcísima y verdadera Madre de Aquel que es Rey por derecho propio, por herencia, por conquista.
   Reinad, Madre y Señora, señalándome el camino de la santidad, dirigiéndome y asistiéndome, a fin de que nunca nos apartemos de él. Lo mismo que ejercitáis en lo alto del cielo vuestra primacía sobre las milicias angélicas, que os aclaman por Soberana suya; sobre las legiones de los Santos, que se deleitan con la contemplación de vuestra fúlgida belleza, así reinad también sobre todo el género humano, particularmente abriendo las sendas de la fe en cuantos no conocen todavía a vuestro Divino Hijo.
   Reinad sobre la Iglesia, que profesa y celebra vuestro suave dominio y acude a Vos como a refugio seguro en medio de las adversidades de nuestro tiempo. Pero reinad especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida, dándole fortaleza para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las asechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos, y en todo momento fidelidad inquebrantable a vuestro reino.
   Reinad sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones, a fin de que amen únicamente lo que Vos misma amáis.
   Reinad sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes. Reinad en las calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar; y acoged la piadosa oración de cuantos saben que vuestro reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, alivio toda desgracia, salud toda enfermedad, y donde, como a una simple señal de vuestras manos suavísimas, de la muerte misma surge la vida.
   Obtenednos que quienes ahora os aclaman en todas partes del mundo y os reconocen por Reina y Señora, un día puedan en el cielo gozar de la plenitud de vuestro reino, en la visión de vuestro Divino Hijo, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea.

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