Dios mío:
Yo te ofrezco esta Comunión por el alma de mis hermanos fallecidos en la Santa Iglesia Católica, nuestra madre común. Yo te la ofrezco recordando, venerando y aplicando los méritos infinitos y las virtudes inefables de esta Hostia santa, pura e inmaculada, que quiso ofrecerse en la Cruz por la salvación del linaje humano, abrasada en el amor más puro y desinteresado. Ve, Dios mío, ese fuego inextinguible que compensa infinitamente el fuego impuro que ardió en el pecho de nuestros hermanos difuntos. Te ofrezco, Señor, en su nombre todos y cada uno de los méritos incomparables de aquella inmolación perfectísima del Corazón Divino de Jesús en el árbol santo que nos dio fruto de redención; las virtudes de Jesús, como compensación de los vicios de los que allí sufren; el amor infinito de Dios Hijo a su Padre, por la tibieza y desamor de aquéllos; y las acciones perfectísimas todas de Jesús, por las imperfecciones todas inherentes a nuestra mísera humana condición. Te ofrezco también las virtudes eucarísticas por los pecados del mundo, de que fueron nuestros hermanos culpables; las aspiraciones fervorosas y elevadas de Jesús, por aquellas fragilidades y tibiezas de los pecadores fallecidos. Y sobre todo, te presentamos, Señor, el mérito sublime de esta esclarecida caridad que, después de entregar al Hijo de Dios vivo a sus verdugos en la pasión, lo trae a nuestros altares, y lo hace entregarse a nuestra Comunión, expuesto a los ultrajes que recibe en el tabernáculo, y a los de los malos cristianos que lo recibimos indignamente, admitiendo con perfectísimo conocimiento todas estas afrentas por el amor que nos tiene, y por tal de unirse a algunas pocas almas justas con las que se recrea su Divina Majestad de estar. Te ofrezco, Señor y Dios mío, la Sangre preciosísima de Jesús para extinguir y apagar el fuego voraz del purgatorio. Creo firmisimamente que una sola gota de esta purísima y divina Sangre es capaz de apagar aquel incendio, y de redimir y pagar por las almas benditas que allí padecen. Espero que pueda contribuir a ello mi pobre intención, que siento no sea mayor y mejor.
Y sobre todo, y para suplemento de todo, te ofrezco la caridad sobreexcelente y sublime que se anida en el Corazón de Jesús, que reside en el Sacramento Augusto de nuestros altares, como oferta y prenda suficiente a pagar la deuda que solventan en el purgatorio nuestros hermanos difuntos, especialmente aquellos que me estaban unidos por los vínculos de la sangre o del afecto; y de aquellos que estén más necesitados y que fueron más devotos del Sacramento del Altar, y más fervorosos en la recepción de su Divina Majestad. Uno a este acto, y a esta mi plegaria, la oración que sube del tabernáculo, y el espíritu de abnegación y de sacrificio con que el Señor se anonada en aquel sublime misterio de amor. Y reproduzco estas ofertas y manifestaciones una y mil veces, deseando repetirlas todos los días, a todas horas, y toda mi vida.
Admite, Dios mío, mi humilde súplica y mi indigna e imperfecta impetración, agregándola a la purísima oración que se alza a Dios, y que le presenta y ofrece con las manos levantadas al cielo, el sacerdote ante el excelso trono del Eterno Padre, que vive y reina con el Hijo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
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