Oh, salud y alimento de mi alma, libertad verdadera de ángeles y santos, paraíso de delicias, recordad el horror y la tristeza que sufristeis camino del lugar donde os aguardaban una cruz, cuatro clavos y los verdugos, cuando toda aquella turba se apretujaba a vuestro paso y os golpeaba e insultaba impunemente, haciéndoos víctima de las más espantosas crueldades. Pero más os dolía su ingratitud que los golpes que os infligían, pues era precisamente por ellos y por todo el género humano que llevabais aquella cruz sobre vuestros hombros destrozados.
Por todos aquellos tormentos y ultrajes, y por las blasfemias proferidas en contra de Vos, os ruego, ¡oh dueño de mi alma!, que me libréis de mis enemigos, visibles e invisibles, y que bajo vuestra protección logre tal perfección y santidad que merezca entrar con Vos en vuestro Reino. Así sea.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
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