Teresa Bracco nace el 24 de febrero de 1924 en Santa Giulia (provincia de Savona, al norte de Italia), siendo la sexta hija del matrimonio entre Ángela y Jacobo Bracco, sencillos campesinos que hacen fructificar con incansable trabajo sus propiedades rurales. El padre es severo pero justo, y la madre dulce y apacible. Por las tardes, el propio Jacobo dirige el rezo del Rosario en familia. El nombre de Teresa le viene en honor de la «pequeña santa» de Lisieux, beatificada en 1923. Sus padres fueron para ella ejemplos de fe y fortaleza cristianas.
Teresa era una muchacha muy reservada, modesta, delicada en su relación con las personas, dispuesta siempre a ayudar. Y linda: grandes ojos oscuros y aterciopelados, que brillaban en un rostro sereno y atento, coronado por dos gruesas trenzas negras. Linda, decía, pero sin trazas de vanidad. Sabía atraer la admiración respetuosa de sus paisanos: "Una chica de esa clase no la he visto nunca antes y no la he vuelto a ver jamás después", afirmó uno de ellos. "Había en ella algo diverso de las otras chicas", recuerda una amiga. "Era la mejor de todas nosotras", recuerda la hermana Ana.
Teresa pudo completar solamente el cuarto grado de primaria. Luego le tocó aportar al sustento de la familia trabajando como pastorcita.
Llevaba siempre consigo la corona del rosario y, mientras pastoreaba, no dejaba de rezar. Ginin -como la llamaban- sacrificaba con gusto preciosas horas de sueño con tal de poder hacer la comunión. La iglesia, en efecto, no estaba muy cerca de la casa, la misa se celebraba muy temprano y ella no quería perderla por nada al mundo. La Eucaristía, la devoción a la Virgen y la espiritualidad del deber: aquí está el secreto de su santidad.
Teresa -tenía solamente nueve años- cuando conoció la vida de Domingo Savio y quedó fascinada y desde entonces hizo suyo el lema "La muerte antes que el pecado". Y mantuvo el propósito.
Secuestrada en 1944 por un soldado alemán, trató de eludir sus brutales intenciones y, al ver que todo esfuerzo era inútil, prefirió renunciar a la vida antes que perder la virtud tan celosamente guardada.
La hallaron, con el cuerpo martirizado, el 30 de agosto. Su sacrificio no fue sino el último acto de una existencia entregada totalmente al Evangelio. Juan Pablo II la beatificó el 24 de mayo de 1998, en Turín ante la Síndone.
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