Ía era una doncella griega que vivió en Persia, durante el reinado de Sapor II. A causa de haber convertido a muchas mujeres persas, fue denunciada, aprehendida y torturada. El juez mandó que la desnudasen, le rompieran los miembros con cuerdas y que cinco torturadores la azotasen sin piedad. La santa repetía durante la tortura: «Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ayuda a tu sierva y sálvala de los lobos que la rodean». Después, estuvo en un calabozo hasta que recuperó las fuerzas. Entonces, el juez le ofreció la vida con tal de que apostatase. Como Ía se negó nuevamente, fue apaleada otra vez con cuarenta tallos de rosales llenos de espinas hasta que los restos de su carne cubrieron el suelo. A consecuencia de ello perdió el habla y el movimiento. Seis meses más tarde, los verdugos la desnudaron y le ataron fuertemente alrededor del cuerpo delgadas cañas hasta que penetraron en la carne y, después, las fueron arrancando una a una, rasgando su carne tan profundamente que aparecieron sus entrañas. La santa estuvo a punto de morir por la hemorragia causada. Diez días después, el juez mandó que fuese colgada de las manos y azotada salvajemente. Luego la aplastaron en una prensa hasta que murió. El cadáver fue decapitado y arrojado al basurero como un desperdicio para que los buitres y los cuervos carroñeros lo devoraran, pero los cristianos lograron rescatarlo y darle un entierro adecuado. Más tarde sus reliquias sagradas fueron trasladadas a Constantinopla.
4 DE AGOSTO: SANTA ÍA
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