jueves, 21 de noviembre de 2024

JUEVES XXXIII T.O. B - PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN


Buenos días. Juan llora en el libro del Apocalipsis porque parece que no hay nadie digno de abrir el libro de la vida. Cristo llora porque el mundo judío, parece que no reconoce la verdad, la Vida auténtica, no reconoce al enviado de Dios, por más pruebas que les dé. Nosotros somos por el bautismo hijos de Dios, pueblo de Dios, sacerdotes para ofrecer nuestras vidas. Ojalá que descubramos la gloria a la que hemos sido llamados y que el Señor no derrame lágrimas de tristeza por nosotros. Seamos buenos y dignos de ser llamados hijos de Dios.




1ª Lectura (Ap 5, 1-10): Yo, Juan, vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?». Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo: «Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos».

Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo: «Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la Tierra.


Texto del Evangelio (Lc 19, 41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».




“¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz!” (Lc 19, 41-44)

Señor Jesús, si reconociéramos nosotros lo que conduce a la paz, nuestro mundo no estaría herido con tanta violencia, con tanta desigualdad, con tanta indiferencia, con tanta hambre y sed, con tanta injusticia, con tanta falta de compasión, con tanta explotación, con tanto conflicto, con tantas guerras fratricidas y con tantos motivos para la desesperanza.

Pero nosotros, Señor Jesús, hemos sido llamados y enviados para hacer de este mundo un lugar mejor del que encontramos, un espacio en el que sea posible vivir en libertad, en el que todos encuentren un pedazo de tierra donde vivir en paz, donde ser lo que son, sin tener que estar siempre luchando por defender los derechos más elementales.

Por eso, hoy Señor Jesús, te decimos:

Haznos instrumentos de tu paz en nuestras relaciones, en nuestras casas y comunidades. 

Haznos instrumentos de tu paz en medio del trabajo, con los compañeros y conocidos. 

Haznos instrumentos de tu paz en medio del mundo, en la vida cotidiana, en cada acción e iniciativa en la que participemos.

Haznos instrumentos de tu paz con nuestras palabras, pero fundamentalmente con nuestros gestos solidarios y pacificadores. 

Haznos instrumentos de tu paz y bien, de modo que los demás vean en nosotros no jueces ni enemigos, sino compañeros de camino y amigos en los que confiar y poder construir ese mundo que anhelamos para todos y que Tú deseas.  

Así te lo pido. Así sea.








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