Leonardo, alma de apóstol,
en quien madrugara el cielo,
a la virtud ya alentabas
desde tus años primeros.
En tu juventud prendió
de Dios y Francisco el fuego,
ya tu pecho se quemaba
en afanes misioneros.
Hecho ministro de Cristo,
de lleno te diste al pueblo;
no fue obstáculo el peligro
ni lo frágil de tu cuerpo.
En tu voz y vida ardía
la verdad del Evangelio
y de extravío y pecado
liberabas prisioneros.
Hijos a Dios devolvías,
a la fe y amor volviéndolos;
a su prole recobraba
la Madre Iglesia y el cielo.
Cristo en cruz fue tu oración,
tu enseñanza y tu sendero,
brindabas el agua viva
de su corazón abierto.
Tú que, por Dios coronados
ves tu fe viva y tus méritos,
danos que, con vida santa,
a la Trinidad honremos. Amén.
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