Buenos días. Es jueves y rezamos por las vocaciones, especialmente al sacerdocio. Hoy las lecturas nos llaman a ser discípulos del Reino de Dios, a descubrir la vocación al amor. Y es que así como Juan el Bautista fue llamado para proclamar con su vida la llegada del Mesías, así los que hemos sido llamados a ser cristianos, también debemos dar testimonio con nuestras vidas del Amor de Dios. Es cierto que, como dice el evangelio. el Reino de los Cielos sufre violencia, es decir, que seguir con coherencia a Cristo es tarea difícil, pero por eso debemos mirar al corazón misericordioso que nos presenta Isaías, que nos dice Dios mismo: “No temas, yo mismo te auxilio”. Y es que aquello que para los hombres es imposible, para Dios sí es posible. Seamos buenos confiemos en Dios y expliquemos a los hombres las hazañas del Señor.
1ª Lectura (Is 41, 13-20): Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio». No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio —oráculo del Señor—, tu libertador es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo nuevo, aguzado, de doble filo: trillarás los montes hasta molerlos; reducirás a paja las colinas; los aventarás y el viento se los llevará, el vendaval los dispersará. Pero tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás en el Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua. Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, y olivares; plantaré en la estepa cipreses, junto con olmos y alerces, para que veáis y sepáis, reflexionéis y aprendáis de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.
Salmo responsorial: 144
R/. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles. Que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
Versículo antes del Evangelio (Is 45,8): Aleluya. Cielos, enviad rocío de lo alto y las nueves lluevan al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 11, 11-15): En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».
Señor, como Juan Bautista, también yo soy muy grande, porque he recibido muchos dones, y muy pequeño, porque mi vida y mi felicidad dependen de Ti, del cariño de muchas personas.
Gracias por la energía de mi cuerpo y de mi mente; te pido que no me dejes caer en la tentación de despreciar tu fuerza.
Gracias por todo lo que he podido aprender, por todo lo que sé; dame humildad para que cada día busque tu sabiduría.
Gracias porque sé comprender al que se equivoca; que tu perdón me ayude a perdonar al que me haga daño, setenta veces siete.
Gracias por la alegría de mi rostro y de mi corazón; gracias por esa alegría que tú me das y que nada ni nadie me puede arrebatar.
Gracias porque me has dado un corazón que sabe amar; que siempre esté abierto para recibir tu amor y, así, amar cada día más y mejor.
Gracias, Señor, por todo lo que sé, por todo lo que tengo, por todo lo que soy. No me dejes caer en las garras del orgullo y que siempre tenga alma de discípulo, de mendigo, de niño.
Gracias porque cada día me ofreces la sabiduría, la fuerza y la vida de tu Espíritu, de tu Reino, tu presencia real en la Eucaristía; que sepa acoger tu presencia y tus dones con humildad y gratitud.
Así te lo pido. Así sea.


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