Buenos días. Hoy martes las lecturas nos hablan de lo que está por venir. La primera lectura anuncia lo que el profeta Elías conseguirá preparando el corazón de padres e hijos, invitando a la armonía. El salmo nos enseña que seguir los caminos de Dios, que son misericordia y lealtad. nos llevarán a conocer la alianza de Dios con el hombre. Y finalmente el evangelio nos anuncia, con el nacimiento de Juan, el comienzo de algo nuevo. El niño debería ser nombrado como su padre, pero eligen un nombre distinto: Juan. Esto será la señal de que Dios está con él. Y él será el que prepare los corazones y nos muestre los caminos de misericordia y perdón de Dios para acoger al Salvador. Seamos buenos, confiemos en Dios y anunciemos con nuestra vida que Dios ha nacido en nosotros.
1ª Lectura (Mal 3, 1-4.23-24): Esto dice el Señor Dios: «Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño. Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la Tierra».
Salmo responsorial: 24
R/. Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía a los que lo temen, y les da a conocer su alianza.
Versículo antes del Evangelio: Aleluya. Rey de las naciones y piedra angular de la Iglesia, ven a salvar al hombre, que modelaste del barro. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 1, 57-66): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues, ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.
Señor, Tú eres Dios compasivo y misericordioso. Estás a nuestro lado. Siempre, sin apartarte jamás. Estás de nuestra parte. Siempre, pase lo que pase. Estás al lado de cada persona, de todas las personas. Tu gloria es que todos tus hijos seamos felices, viviendo como hermanos que aman y se ayudan, como hijos tuyos, que se dejan cuidar por Ti, que siembran justicia, paz y verdad en el mundo.
Gracias, Señor, por Juan y por todas las personas que, con su presencia, su cariño y su palabra, me recuerdan que Tú eres favorable y estás de mi parte. Gracias por… (recuerdo sus nombres).
Señor, Tú me has llamado, como a Juan, para que, a pesar de mi pequeñez y mis pecados, yo sea una bendición para mi familia y mis amigos, para mi comunidad cristiana y para el mundo.
Tu mano acompañaba a Juan y me acompaña a mí. Tus manos de alfarero me formaron de barro y espíritu. Tus manos de padre y madre me acarician y protegen. Tus manos de pastor me conducen a la vida eterna.
Gracias Señor, y nunca dejes de poner tus manos sobre mí y que nunca deje de ponerme yo en tus manos
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Se dice de san Juan Cancio (Jan Kanty) que un día que iba a la iglesia, en Olkusz, encontró un pedigüeño agachado en la nieve, temblando de frío; el sacerdote se sacó su capa y se la puso al mendigo, y lo llevó a la iglesia, donde lo cuidó y lo reconfortó. Poco después que el pobre hubo marchado, la Virgen se apareció a Juan Cancio y le retornó la capa.
Desde entonces era todavía más piadoso y se mortificaba más, renunciando a comer carne durante el resto de su vida. Un día, tentado de comer, asó un trozo: mientras estaba caliente, la cogió con las manos, quemándose y diciendo: «Carne, te estimas la carne: disfruta, entonces». Así se liberó de la tentación para siempre.
Vuelto del peregrinaje a Roma, fue asaltado por unos bandoleros que le robaron todo lo que vieron. Al acabar, le preguntaron si llevaba alguna otra cosa que se hubiesen dejado: les dijo que no y marcharon. Entonces recordó que todavía tenía unas piezas de oro cosidas a la capa: corrió hasta que llegó donde estaban los bandoleros y les ofreció las monedas; los ladrones, confusos y avergonzados, le devolvieron todo lo que habían robado.



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