En lo alto del Tíbet, había un Monasterio en el que vivían el jefe y otros seis Lamas. Siempre había alguna discusión y nadie podía ponerse de acuerdo. Las reuniones terminaban en peleas ya que ninguno estaba dispuesto a aceptar el punto de vista del otro. En el lugar no había paz ni tranquilidad.
Un día, el jefe Lama se encontraba tan alterado y lleno de angustia que se retiró para orar intensamente. Pidió entonces ayuda divina para hallar el camino y así salir de esa infeliz situación. Después de orar durante unos días, escuchó una voz que le decía que no se preocupara ya que entre ellos se encontraba Dios y aunque podía contarles esto a los otros seis Lamas, nadie más debía saberlo.
El jefe Lama, lleno de alegría, regresó al Monasterio y llamó al resto a una reunión en la que narró lo que le había sucedido durante su retiro de oración. Pronto, se produjo un gradual pero definitivo cambio en la actitud y el comportamiento de los Lamas. Al no saber quién de ellos era Dios, comenzaron a comportarse bien y a tratarse con cortesía entre ellos no fueran a "ofender" a Dios. Las reuniones también fueron más productivas, ya que cada uno escuchaba con respeto el punto de vista del otro y se trataban el uno al otro con respeto. El Monasterio pronto tuvo un aire de paz y tranquilidad en su interior.
El jefe Lama estaba sorprendido. Una vez más, oró a Dios agradeciendo por lo que Él había logrado. Nuevamente, oyó la voz que claramente le revelaba la Verdad: “Dios está en todos y en todas las cosas de su Creación.”
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