Un rústico llevó un día
al cura de su lugar
cierto asnillo que tenía,
perjurando que leía
con acierto singular.
El preste, de ingenio romo,
busca, limpia y abre un tomo:
lo mira el asno sesudo;
mas ¿leer? Ni por asomo,
se estaba mudo que mudo.
Ya el cura se amostazó,
e impaciente exclamó así:
"¿Lee este animal o no?"
Y el otro le respondió:
"Leyendo está para sí".
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