¡Oh Reina del Cielo! Yo que fui un tiempo desdichado esclavo de Lucifer, ahora me consagro a Ti por perpetuo siervo tuyo, y me ofrezco a honrarte y servirte por toda mi vida; admíteme y no me deseches, como yo tengo bien merecido. Oh Madre mía, en Ti he puesto todas mis esperanzas; de Ti espero todas mis dichas. Bendigo y doy mil gracias al Señor porque por su misericordia me ha concedido esta esperanza en Ti, que yo tengo por gran garantía de mi salud. ¡Ah, que yo caí, miserable por no haber recurrido a Ti! Ahora espero por los méritos de Jesucristo y por tus súplicas que haya sido perdonado. Pero puedo volver a perder la divina gracia: no ha cesado el peligro, los enemigos no duermen. ¡Cuántas nuevas tentaciones me quedan que vencer! ¡Ah Señora mía dulcísima! protégeme y no permitas que sea de nuevo esclavo del mal; ayúdame siempre. Ya sé que me ayudarás, y que venceré con tu ayuda si me encomiendo a Ti, pero esto me hace temblar; temo que en las ocasiones de caer deje de llamarte, y así me pierda. Esta gracia, pues, te pido. Concédeme que en los asaltos del infierno recurra siempre a Ti diciendo: "María, ayúdame. Madre mía, no permitas que yo pierda a Dios".
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