¡Oh María!, ¿cuál será mi muerte? Considerando desde ahora mis pecados, y pensando en ese formidable momento que ha de decidir mi salvación o mi condenación eterna, cuando habré de expirar para ser juzgado, tiemblo y me lleno de confusión. ¡Oh, Madre mía dulcísima!, en la sangre de Jesucristo y en tu intercesión estriban todas mis esperanzas. ¡Oh consoladora de los afligidos!, no me abandones en esa hora, no dejes de consolarme en esa gran aflicción. Si al presente tanto me atormenta el remordimiento de los pecados cometidos, la incertidumbre del perdón, el peligro de recaer, el rigor de la divina justicia, ¿qué será entonces de mí? Si no me ayudas Tú, estaré perdido. Señora mía, antes de que llegue mi muerte alcánzame un intenso dolor de mis pecados, una verdadera enmienda y fidelidad a Dios en la vida que me queda. Y cuando llegue al término de mi vida, oh María, esperanza de mi corazón, ayúdame en esas grandes angustias en que he de hallarme, y confórtame para que no desespere a la vista de mis culpas que me pondrá patentes el demonio. Concédeme que pueda invocarte entonces con más frecuencia para que expire con tu dulcísimo nombre y el de tu santísimo Hijo en mis labios. Perdona, Señora, mi atrevido ruego: antes de yo expirar, ven Tú misma a consolarme con tu presencia. Esta gracia, que has hecho a tantos devotos tuyos, la quiero y la espero yo también. Pecador soy, y verdadero pecador; ya sé que no la merezco, pero soy tu devoto, que te amo, y tengo en Ti una gran confianza. ¡Oh María!, yo te espero, no me dejes desconsolado. Por lo menos si no soy digno de tanta gracia, asísteme desde el cielo para que yo salga de esta vida amando a Dios y amándote a Ti, para venir a amaros eternamente en el paraíso.
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