miércoles, 8 de agosto de 2018

ENTRE CIPRESES (Juan de Dios Peza)

Estaba la luna en llena,
brillando en mitad del cielo,
clara, transparente, hermosa,
pues era luna de enero.
Íbamos los dos del brazo,
pensativos y en silencio,
caminando lentamente
por el campo de los muertos.
Resaltaba la blancura
de su rostro dulce y bello,
con los luminosos rayos
del astro de los misterios.
Sobre una lápida blanca
tomamos los dos asientos,
y al punto nos sorprendimos
al verla, los dos a un tiempo.
¡Mi nombre! dijo asustada;
¡tu nombre! repuse trémulo,
y dos lágrimas brillantes
sus ojos humedecieron.
Después, mirándome atenta,
con tristeza sonriendo,
me dijo con voz tan honda
que me desgarraba el pecho:
- ¡Qué breve es la humana vida!
¡Qué rápido pasa el tiempo!
Tú que tanto me comprendes,
¿me olvidarás si me muero?
Iba a responderle y vino
una ráfaga de viento
sutil, penetrante, helado,
aire de noche de invierno.
Y cubrió con hojas secas
nuestro funerario asiento...
- ¿No ves -agregó- estas hojas
que del árbol se cayeron?
Cubren hasta el pobre nombre
del abandonado muerto.
¿Me borraré en tu memoria
después de que corra el tiempo?
¿Darás a otra tu cariño?
¿Me olvidarás si me muero?
- ¿Olvidarte? ¡No! Más fácil
será que calle en mi pecho
este corazón, esclavo
de tus nobles sentimientos.
- ¿Quién dormirá en esta tumba?
agregó con triste acento;
ninguno le pone flores,
nadie le da sus recuerdos.
No quiero dormir tan sola:
¡Ay! si mañana me muero
una corona y tu nombre
entre sus ropas impreso,
de tu amor en testimonio
pondrás en mi último lecho.
Y juntos, los dos, del brazo,
pensativos y en silencio,
sin poder en ese instante
cambiar amorosos besos,
mirando las blancas piedras,
los altos cipreses negros,
las amarillentas cruces,
las estatuas como espectros,
sin decir una palabra
salimos del cementerio. 

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