(De la "Historia de José el Carpintero", capítulos XII y XIII)
Sucedió en fin que se aproximó el instante de la muerte del piadoso anciano José, y que llegó el momento en que debía dejar este mundo como los demás hombres que han vivido en esta tierra. Y, estando ya su cuerpo cerca de la destrucción, el ángel del Señor le anunció que la hora de su muerte estaba cercana. Entonces, el temor se apoderó de él, y su espíritu cayó en extrema turbación. Y se levantó y se fue a Jerusalén, y, entrando en el templo del Señor, oró ante el santuario diciendo:
"¡Oh, Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si mis días se han cumplido y mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso Miguel, el príncipe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor ni conmoción. Porque un gran espanto y una violenta tristeza se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sean de hombres o de mujeres o de animales de carga, bestias salvajes, reptiles o aves que vuelan por el cielo. Y sufren terror, miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos.
Ahora, ¡oh mi Dios y Señor!, que tu ángel preste su asistencia a mi alma y a mi cuerpo hasta que su separación se consume. Y que el rostro del ángel, designado para guardarme desde el día en que fui formado, no se aleje de mí, sino que vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de ti. Que su rostro esté para mí lleno de alegría y de benevolencia y que me acompañe en paz. No permitas, ¡oh Dios!, que los demonios se acerquen a mí sobre el camino que debe conducirme felizmente a ti. Y no permitas que los guardianes del paraíso me impidan entrar. No me expongas al oprobio desvelando mis faltas ante un tribunal terrible. Que los animales no se precipiten sobre mí. Que no se anegue mi alma en las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la gloria de tu divinidad. ¡Oh Dios!, juez equitativo, que juzgas a la humanidad con justicia y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras, asísteme con tu misericordia e ilumina mi camino para que llegue hasta ti. Porque tú eres la fuente abundante de todos los bienes y de toda la gloria para la eternidad. Amén".
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