¡Oh Jesús, Pastor eterno de las almas, oye nuestra plegaria por nuestros sacerdotes y escucha en ella tu mismo infinito deseo! ¿No son los sacerdotes tu más tierno y delicado anhelo y el profundo amor en que se resumen todos tus amores por las almas? Confesamos, en verdad, habernos hecho indignos de tener santos sacerdotes; pero tu misericordia es infinitamente más grande que nuestra torpeza y malicia.
¡Oh Jesús, haz que asciendan a tu sacerdocio solamente los que son llamados por Ti; alumbra a los Pastores en la elección, a los directores espirituales en el consejo y a los educadores en el cultivo de las vocaciones. Danos sacerdotes que sean ángeles en la pureza, perfectísimos en la humildad, serafines en santo amor y héroes en sacrificio, apóstoles de tu gloria y salvadores y santificadores de las almas. Ten piedad de tantos ignorantes para quienes deben ser luz, de tantos hijos del trabajo que esperan quien los redima en tu nombre, preservándolos de los engaños; de tantos niños y de tantos jóvenes que buscan quien los salve y los conduzca a Ti, de tantos que padecen y necesitan un corazón que los consuele en el tuyo. ¡Cuántas almas llegarían a la perfección por el ministerio de santos sacerdotes!
¡Ea, pues, oh Jesús! Ten compasión una vez más de las turbas que padecen hambre y sed. Haz que tu sacerdocio lleve a Ti a toda esa humanidad doliente para que, otra vez sea por él renovada la tierra, exaltada tu Iglesia y establecido en la paz el reino de tu Corazón.
Virgen inmaculada, Madre del eterno Sacerdote, y tú misma sacerdote y altar, que tuviste por primer hijo de adopción a Juan, el sacerdote predilecto de Jesús, y que en el Cenáculo te sentaste como maestra y reina de los Apóstoles, dígnate poner en tus santísimos labios nuestra humilde oración, haz tú misma resonar sus ecos en el Corazón de tu divino Hijo, y con tu omnipotencia suplicante alcanza para la Iglesia de tu Jesús una perenne renovación de Pentecostés. Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario