lunes, 3 de septiembre de 2018

ACTO DE DESAGRAVIOS POR LAS BLASFEMIAS E INCONTINENCIAS

Inmenso, incomprensible, infinito, Santísimo Dios, Señor nuestro, ante quien los serafines y todos los espíritus celestiales, confusos y anonadados, se postran para adoraros, al paso que los hombres, redimidos con la sangre preciosísima de vuestro amantísimo Unigénito, y colmados a cada instante por Vos de nuevos e infinitos favores, os ultrajan y ofenden ingratos, profanando y blasfemando incesantemente vuestro nombre sacrosanto, y la preciosísima Sangre de vuestro amado Hijo: yo, miserable e indigna criatura vuestra, a quien afecta el sentimiento de tantos excesos, quisiera poder evitar, aun a costa de mi vida, tanta impiedad; y como esto no me sea posible, deseo reparar, al menos de algún modo, tan horribles profanaciones.
Protesto, pues, que por cada vez que en este día sea profanado y blasfemado vuestro santísimo nombre, la preciosa Sangre de Jesús, y los dulcísimos nombres de Jesús y de María, es mi voluntad daros gracias, bendeciros y alabaros con labio tan puro como el de los serafines, y en nombre de todas las criaturas que hayan merecido vuestra gracia desde el principio hasta la consumación de los siglos, tantas veces como estrellas tiene el cielo, átomos el aire, hojas los árboles, gotas de agua y granos de arena el mar.
Es mi intención ofreceros aquel Santo, Santo, Santo, unido a todas las alabanzas, gracias y bendiciones que continuamente os ofrecen María Santísima y todos los Ángeles y Santos del paraíso, y todas las que os dirigen las almas de los justos en la tierra.
Además, cada vez que se cometa algún pecado de impureza, que Vos aborrecéis de un modo singular, o se profieran palabras inmodestas y obscenas, es mi deseo hacer y presentaros otros tantos actos de santidad, ofreciéndoos especialmente los de Jesús y de María, unidos a vuestra misma pureza, y cuantos han practicado y practicarán en la tierra las almas puras y castas más gratas a vuestros ojos, que han existido y existirán.
Es mi intención, oh Dios mío, renovar estas protestas y deseos a cada latido de mi corazón, a cada pensamiento de mi mente, a cada palabra que pronuncie mi lengua, a cada movimiento de mi cuerpo y de mis sentidos y, finalmente, en todos los instantes de mi vida. Amén.

Del libro "Devocionario manual arreglado por algunos Padres de la Compañía de Jesús". Bilbao, 1893.

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