viernes, 28 de septiembre de 2018

CURACIÓN DE MARÍA NICOLI

En el convento de Santa María de la Oración de Malamocco, diócesis de Chiozza, se vio atacada de apoplejía una religiosa llamada sor María Nicoli, y aunque volvió en sí, merced a la oportunidad de los remedios, fue acometida de otro mal muy semejante a los accidentes epilépticos uterinos, como asimismo de otro conocido con el nombre de cataléptico, que privándola del sentido y del movimiento, la puso además rígida e inflexible por espacio de muchas horas; continuando estos trabajos por ocho años seguidos, en los que sufría frecuentes invasiones, a las que se resistían todos los remedios del arte. A tanto mal se juntó todavía un derrame del cerebro a las partes nerviosas, que no solo privó de movimiento al brazo y pie derecho, sino que este se contrajo hasta quedar un palmo más corto, y de manera que no podía andar sin apoyarse en dos religiosas; todo lo que, con más los dolores agudos que sentía en el cuerpo, las palpitaciones del corazón y calentura maligna, la redujeron al último extremo.
En tal estado, oyó referir un milagro que san José había obrado en Venecia a favor de N.D. Bonvicini en el monasterio del mismo nombre, y tanto bastó para que encendiéndose en ella la devoción hacia el santo Patriarca, y poniendo en él toda su confianza, empezase en honor del mismo un ejercicio espiritual de siete miércoles, en compañía de otras religiosas, para que con el auxilio de sus oraciones obtuviese más fácilmente la gracia deseada.
Cuando he aquí que en el primero, esto es, el 26 de marzo de 1710, y después de haber comulgado, se sintió acometida de accidente tan fiero que la privó del sentido, dejándola como muerta por espacio de un cuarto de hora. Vuelta en sí, pidió que le trajesen tres hilos del vestido interior de la estatua en que es honrado el Santo en su iglesia de Venecia; y habiéndolos tomado en la boca, invocando el auxilio del poderoso Abogado, le pareció que una mano invisible la estiraba y restituía la pierna a su primitivo y natural estado; y animada con esto se levantó de la silla y empezó a pasear dando afectuosas gracias a la divina bondad y a su amable intercesor san José. 
Le quedó sin embargo de todos los males referidos un pequeño dolor en la pierna, y habiendo hecho propósito de continuar por toda su vida el ejercicio de los siete miércoles, se vio libre asimismo de esta molestia, verificándose la total curación en el último miércoles del ejercicio del año siguiente, que fue el 17 de junio, y sucedió de este modo:
Se hallaba en el oratorio después de haber comulgado, y acometiéndola un accidente semejante al primero quedó medio muerta, si bien no perdió el uso de la lengua. Invocó a su Protector, pidió dos hilos del mencionado vestido, y habiéndolos tragado, sintió como la primera vez la mano invisible que fortaleciéndole la pierna quedaba perfectamente sana.
Y en efecto fue así, porque no sintió en adelante incomodidad alguna que le impidiese levantar, como las demás religiosas, las cargas de la comunidad.
Hecha de todo esto la competente sumaria información, declaró Mons. D. Antonio Grasi, obispo de Chiozza, por decreto de 5 de septiembre de 1712, haber sido repentina y por tanto milagrosa la curación de este religiosa, después de padecer diez años de una enfermedad reputada incurable.

Del libro "El devoto del admirable Patriarca San José". Barcelona, 1876. 

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