te quieren ultrajar! En vano intenta
el incrédulo osado,
ahogando su cruel remordimiento,
y el temor que le asalta,
arruinar tus altares consagrados,
y aniquilar tu ley, y sus sagrados.
El Todopoderoso, que es tuitivo,
deja que se consuma
en esfuerzos superfluos; mas de un soplo
su tropa tan sacrílega destruye,
y apenas aparece, cuando huye.
A llorar de continuo aquí en la tierra,
parece que tú has sido destinada:
siempre te asaltan enemigos nuevos,
los cuales, con un brazo muy furioso,
sin cesar balancean a porfía
el gran triunfo que el cielo te ha ofrecido.
Pero por más que engrosen esta nube,
siempre a darte consuelo vienen luego
unos rayos hermosos y lucientes.
Entonces reconoces el empeño
del brazo que te ampara y te sostiene,
y a tus amigos el temblor detiene.
Y así en el gran fracaso de las negras,
crueles y furiosas tempestades,
en que los elementos conjurados
anuncian en relámpagos horribles,
sobre nosotros un fatal estrago,
y el Océano cubren de pedazos,
chocando entre las rocas dispersados;
mientras que el fuerte rayo centellea,
la risueña hermosura
de una azulada nube, precursora
de la borrasca ya casi espirante,
calma el mundo agitado en un instante.
(Del libro "Escuela de costumbres o reflexiones morales e históricas sobre las máximas de la sabiduría", escrito por el abate Blanchard en 1844).
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