Santísima Virgen María, Madre de Dios, vida nuestra, nuestro consuelo, y después de Dios toda nuestra esperanza.
Yo, N., aunque indigno de ser del número de vuestros siervos, confiado, no obstante, en vuestra misericordia, e impelido en un deseo sincero de serviros, os elijo hoy en presencia de toda la corte celestial por mi Soberana Señora, por mi Madre amada y por Abogada mía, y hago un propósito firme de honraros, amaros y serviros fielmente todo el resto de mi vida, de no hacer kamas ni decir nada contra el respeto y honor que os es debido, ni permitir nunca que ninguno de los que dependen de mí haga ni diga cosa alguna que pueda desagradaros.
Os suplico, pues, oh Madre de Misericordia, y os conjuro por la sangre preciosa que vuestro querido Hijo ha derramado por mí, para que me recibáis en el número de vuestros hijos y de vuestros más pequeños siervos, que me asistáis en todas mis acciones, que me alcancéis todas las gracias que necesito, y sobre todo que no me abandonéis en la hora de mi muerte. Amén.
Del libro "Año Cristiano" del Padre Croisset. Tomo XVI. 1888.
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