viernes, 10 de septiembre de 2021

MARTIRIO DE SAN SINFORIANO



El ilustre mancebo y mártir de Cristo san Sinforiano nació en Autún, ciudad de la provincia de Borgoña en el reino de Francia. Su padre, que se llamaba Fausto y era caballero rico y muy cristiano, le crió en nobles costumbres y temor santo del Señor. Siendo ya mancebo, Sinforiano era estimado por los mismos gentiles, por su mucha gracia y buen ingenio, y celebrando un día los paganos en aquella ciudad una fiesta muy solemne a Cibeles, cuyo ídolo llevaban en unas andas con gran pompa y majestad, a pesar de que todo el pueblo se postraba a adorarlo, el valeroso joven Sinforiano no quiso inclinarse ante aquella estatua, sino que con gran desprecio le volvió las espaldas e hizo burla de él, de manera que fue notado y acusado al juez Heraclio. Presentado ante el tribunal, y preguntado cómo se llamaba y quién era, respondió que se llamaba Sinforiano y que profesaba la ley de Cristo. Deseando el juez librarle de la muerte, por respeto a su nobleza y a su edad, le persuadía con muchas palabras, que obedeciese a los mandatos del emperador y adorase a los dioses. Mas el magnánimo mancebo no hizo caso ni de sus promesas ni de sus amenazas. «Yo adoro, le dijo, a mi Señor Jesucristo, a quien reverencian todos los hombres más virtuosos y santos del imperio; y me duele vuestra ceguedad, viendo que adoráis unos dioses tan criminales, que si vivieran, merecieran por toda justicia la pena de muerte. Se enojó sobremanera el impío juez oyendo semejantes razones, y mandó azotar bárbaramente al animoso mancebo, y echarle después a la cárcel, y dio sentencia que sin probarle con otros tormentos, fuese degollado. Cuando le llevaban al suplicio, viéndole su santa madre, comenzó con gran espíritu y esfuerzo a exhortarle que muriese con alegría, y a decirle estas palabras:, «Hijo mío Sinforiano, hijo de mis entrañas, acuérdate de Dios vivo, ármate de su fortaleza y constancia; no hay que temer la muerte que nos lleva a la vida. Alza, hijo mío, tu corazón, y mira a Aquél que reina en los cielos. No temas los tormentos, porque durarán poco, y piensa que con ellos no se te quita la vida, sino que se trueca por otra mejor. Por ellos alcanzarás hoy mismo la gloria de los santos, y la corona inmortal con que te convida Jesucristo». Todo esto dijo la santa madre a su amado hijo, el cual animado con sus palabras y con el espíritu del cielo, tendió el cuello al cuchillo, y fue descabezado fuera de los muros de la ciudad. Los cristianos tomaron de noche su cuerpo y lo enterraron cerca de una fuente, en la cual obró nuestro Señor por él muchos milagros.
 

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