martes, 28 de septiembre de 2021

MARTIRIO DE SAN WENCESLAO Y ORACIÓN

Al morir su padre Bratislao, los habitantes de Bohemia eligieron por duque a Wenceslao. Por la gracia de Dios, era hombre de una fe íntegra. Auxiliaba a todos los pobres, vestía a los desnudos, alimentaba a los hambrientos, acogía a los peregrinos, conforme a las enseñanzas evangélicas. No toleraba que se cometiera injusticia alguna contra las viudas, amaba a todos los hombres, pobres y ricos, servía a los ministros de Dios, embellecía muchas iglesias.

Pero los hombres de Bohemia se ensoberbecieron y persuadieron a su hermano menor, Boleslao, diciéndole:

«Wenceslao conspira con su madre y con sus hombres para matarte».

Wenceslao acostumbraba ir a todas las ciudades para visitar sus iglesias en el día de la dedicación de cada una de ellas. Entró, pues, en la ciudad de Boleslavia el domingo 28 de septiembre de 935, coincidiendo con la fiesta de los santos Cosme y Damián. Después de oír misa, quería regresar a Praga, pero Boleslao lo retuvo pérfidamente, diciéndole:

«¿Por qué has de marcharte, hermano?».

A la mañana siguiente, las campanas tocaron para el oficio matutino. Wenceslao, al oír las campanas, dijo:

«Loado seas, Señor, que me has concedido vivir hasta la mañana de hoy».

Se levantó y se dirigió al oficio matutino. Al momento, Boleslao lo alcanzó en la puerta. Wenceslao lo miró y le dijo:

«Hermano, ayer nos trataste muy bien».

Pero el diablo, susurrando al oído de Boleslao, pervirtió su corazón, y, sacando la espada, Boleslao contestó a su hermano:

«Pues ahora quiero hacerlo aún mejor».

Dicho esto, lo hirió con la espada en la cabeza.

El joven rey, que todavía no tenía treinta años, echó mano a su espada, pero cuando se dio cuenta de que el asesino era su hermano bajó el arma, murmurando: “¿Qué es lo que intentas hacer, hermano? Podría matarte, pero la mano de un siervo de Dios no debe mancharse con el fratricidio”.

Wenceslao agarró a Boleslao y lo hizo caer en tierra. Vino corriendo uno de los consejeros de Boleslao e hirió a Wenceslao en la mano. Este, al recibir la herida, soltó a su hermano e intentó refugiarse en la iglesia, pero dos malvados lo mataron en la puerta. Otro, que vino corriendo, atravesó su costado con la espada. Wenceslao expiró al momento, pronunciando aquellas palabras:

«A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».


Wenceslao huye de su hermano que empuña una espada, pero el sacerdote cierra la puerta de la iglesia


 

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