Santa Eufemia nació en Calcedonia (ciudad de Bitinia, Provincia de Asia Menor, y que en la actualidad sería Estambul). Se cuenta que el gobernador procónsul de la ciudad, Prisco el Europeo, solía torturar en público a los cristianos para quebrantar su fe y hacer de escarmiento a todo aquel posible seguidor. La joven Eufemia, de tan solo quince años, al ver tan dantesco espectáculo monta en cólera y empieza a increpar a los torturadores erigiéndose con su buena palabra como defensora de la bondad de la obra de Jesús (de ahí su nombre que significa en la lengua griega “la que dice cosas buenas”), acto que la llevó a ser apresada tras ser delatada por algún espectador del gentío. En esos instantes fue fuertemente golpeada hasta que su nariz y boca sangraran pero ni por esas lograron amedrentarla, comenzando así su peculiar calvario al hacer enojar sobremanera al procónsul.
Actos forzados y violencia sexual
Una vez encarcelada y esa misma noche en la que es prendida, ya en su celda, Prisco intenta violarla para abatir su fe y su voluntad. Pero cuando ya santa Eufemia no puede defenderse más y a punto de ser ultrajada por el procónsul, siente este la mano paralizada y, temiendo que sea alguna brujería, se retira por el momento.
En otra ocasión manda a un grupo de jóvenes libertinos entrar a la celda con órdenes de violarla sistemáticamente, someterla a vejaciones y sodomía. Pero estos no pueden infringirle ningún daño al ser defendida por una fuerza sobrenatural que los hace entrar en pánico y querer huir de la celda.
El procónsul, preso de la ira por no poder hacer daño a la santa, manda colgarla del cabello en el techo y hacer pender sobre ella piedras que la aplastasen cuando cediera en su suplicio. Pero aguantó estoica una semana y las piedras se fundieron en el techo como si fueran pegadas.
La rueda del fuego
Prisco, el procónsul, manda hacer martirio y dar muerte a santa Eufemia por medio de una rueda donde es atada desnuda, haciéndola pasar por fuego que terminaría braseando su cuerpo. Pero por error de los verdugos misteriosamente queman al torturador. La familia de este entra en cólera y queman a la santa arrojándola directamente a la hoguera, con la rueda inclusive. Una vez más sale ilesa de las llamas y el gentío estupefacto puede contemplar cómo todo es consumido por el fuego menos el cuerpo desnudo de santa Eufemia. Se la intenta decapitar a espada y desmembrarla con sierra, pero tampoco el metal consigue hacer nada para darle muerte Prisco no da crédito a sus ojos y cree encarecidamente que la mártir está protegida por encantamientos y brujería. Se dice que sus torturadores y verdugo se convirtieron al cristianismo y murieron mártires al ver tales prodigios.
El foso de las fierasPrisco ya no tiene más recurso que mandar arrojarla al foro del teatro para que fuera devorada por leones, que, sorprendentemente, en vez de atacarla se disponen en torno a ella mansos y serviciales. En esto que la santa manda a uno de los leones arrancarle el brazo y este, sumiso, acata la orden. Cuando cae al suelo, desangrándose, el verdugo acaba con la vida de santa Eufemia a mano de su espada. Su cuerpo fue debidamente enterrado por cristianos devotos y por centenares de paganos que tras ver toda clase de actos milagrosos de la mártir se convirtieron.
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