Antonio González nació el año 1593 en la ciudad de León, España, y fue educado cristianamente en su casa. Comenzó muy joven sus estudios para el sacerdocio en el clero diocesano, pero muy pronto optó por la vida religiosa e ingresó en el convento de Santo Domingo de su ciudad natal. Emitió la profesión religiosa e hizo los estudios correspondientes hasta su ordenación sacerdotal. Se ofreció para las misiones de Oriente y en 1631 llegaba a Manila, donde se le destinaba a profesor de la universidad, alcanzando el cargo de rector de la misma. Pero al saber la gran persecución que padecían los cristianos en Japón y la gran necesidad que tenían de pastores, se ofreció voluntariamente a ir allí.
Hombre de gran espíritu, muy mortificado y piadoso, tenía gran crédito en su Orden. Por ello se le nombra Vicario provincial en Japón. Era el año 1636 cuando se embarcó secretamente, pero apenas había desembarcado cuando fue detenido en Lequios, sin que pudiera ejercer su ministerio apostólico. Fue sometido al tormento del agua por dos días seguidos. Y dispusieron los verdugos que delante de él unos paganos pisasen la imagen de la Virgen del Rosario. Pese a estar fuertemente amarrado, pudo echarse al suelo para venerarla, lo que le valió grandes bofetadas. Al segundo día de tormento le sobrevino una gran fiebre. Llevado a la cárcel, su estado se agravó y se dio cuenta de que moría. Se despidió de sus compañeros, encomendó su alma a la misericordia de Dios, y atado de pies y manos y con todo el cuerpo lleno de dolores, murió el 24 de septiembre de 1637 en la ciudad de Nagasaki, a la que había sido llevado en espera de juicio. Sus cenizas fueron arrojadas al mar, para impedir que los cristianos pudiesen recoger sus reliquias y venerarlas.
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