lunes, 19 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN LUNES IV DE ADVIENTO A (P. Damián Ramírez)

 


Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».


“Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento” (Lc 1,5-25)

Señor Jesús ¡cómo me gustaría sentir eso que el ángel le dijo a Zacarías! ¡Cómo me gustaría vivir en estado de alegría y gozo permanente, que nada ni nadie me quitara la alegría que de ti procede y que se nutre en lo profundo! ¡Cómo me gustaría cantar maranathá porque sé que te acercas, que estás a las puertas y que ninguna de nuestras cegueras, de nuestras rencillas y divisiones es capaz de parar la fuerza de la vida verdadera! 

Te pido en esta mañana que me acompañes, que me llenes de alegría y gozo, y que con muchos me alegre de tu nacimiento!

Señor Jesús ¡hay tantos motivos que apagan mi alegría y dejan sin fundamento a ese gozo del que nos habla tu palabra! Vivo rodeado de personas que no respetan a los demás, de gente que impone su ideología gritando más, de personas que parece que sólo piensan en hacer el mal y en hablar mal de los demás, de gente que sufre por mil y un motivos, de personas enfermas que apenas pueden sostener una ligera sonrisa, de gente que ve en estas fiestas solo fachada, obligación y cumplimiento!

Por eso, Señor Jesús, te pido en esta mañana que me llenes de alegría y gozo, esos que sólo proceden de saberte cerca, de saberte con nosotros, Dios. Esa alegría que surge cuando hay verdad y cuando somos capaces de rescatar lo genuino de las cosas, de los acontecimientos y, sobre todo, de las personas. 

Haz que contribuya con mi vida cotidiana a que muchos se alegren de tu nacimiento. Te lo pido convencido de que sólo tú puedes hacerlo. 

Así sea.








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