Señor y Dios mío, a quien yo desde mi niñez elegí y antepuse al matrimonio, a las riquezas, delicias y fausto del mundo; a quien desde las primeras luces de la razón hice único Dueño de todo mi ser; por cuyo respetuoso filial temor los huesos se pegaron a mi carne, que tuviste mi mano diestra y me guiaste en los rumbos de tu voluntad santísima, oye ahora mi voz y estas mis amorosas lágrimas muevan los raudales de tu misericordia. Limpia las manchas de todos mis pecados, enséñame el camino para llegar a Ti sin estorbo alguno. No me impida tanto bien el común enemigo. ¡Oh Inmortal!, bien sabes de nuestra mortalidad frágil. ¡Oh Amador de los hombres!, sabes que nadie está libre de culpas, y que todo hombre es tributario a la común mancha, aunque no tenga sino un día de vida, pero Tú, borrando mis defectos, preséntame limpia en tu consistorio. Amén.
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