Buenos días. Lunes de la octava de Pascua. Seguimos celebrando el domingo de Resurrección. Hoy las lecturas nos ayudan a comprender la tradición judía: el Mesías esperado vendría del linaje y promesa a David, que no vería la muerte. Pero los judíos, en el Evangelio de Mateo, tratan de explicar otro relato, no sea que el pueblo acabe creyendo a los “locos” que dicen que Jesús ha resucitado. Pero lo cierto es que, como nos indica Pedro, Dios lo ha puesto con signos y prodigios que todo el mundo ha visto, y ahora ¿que creerá el pueblo, lo que quieren presentar los sumos sacerdotes o creerán a sus propios ojos que han sido testigos de los signos de Dios? Seamos buenos y confiemos en Dios, que realiza grandes obras en nuestras vidas y nos muestran que Cristo sigue con nosotros y nos dice: Alegraos.
1ª Lectura (Hch 2, 14.22-33): En el día de Pentecostés, Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros sabéis, a este, entregado conforme el plan que Dios tenía establecido y provisto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a el: ‘Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me saciarás de gozo con tu rostro’. Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que ‘no lo abandonará en el lugar de los muertos’ y que ‘su carne no experimentará corrupción’. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo he derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».
Salmo responsorial: 15
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Versículo antes del Evangelio (Sal 117, 24): Aleluya. Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos en él. Aleluya.
Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.
"¡Alegraos!" (Mt 28, 8-15)
Señor Jesús, con el grito del Aleluya aún en nuestras labios y resonando fuerte en nuestro corazón, con la experiencia fresca y refrescante de estos días de camino y fraternidad, de contemplación y oración, de gestos y palabras transformadores, con todo eso y con mucho más que no podemos expresar en palabras, hoy nos regalas una exhortación sencilla y directa: ¡Alegraos!
Y, ¿sabes una cosa?, así nos sentimos. Estamos alegres, porque una vez más has estado grande con nosotros y nos has permitido sentirte cerca al lavar los pies, al partir el pan, al cargar con la cruz, al verte condenado, entregado y traspasado por nuestra débil humanidad, al contemplar tus ojos cerrados y tu espíritu entregado.
Y estamos alegres, Señor Jesús, porque la muerte, el mal, el dolor, las lágrimas, las traiciones, las injusticias, nuestras debilidades y cegueras no han tenido la última palabra porque has resucitado. Ahora sólo nos queda vivir y compartir la alegría de sabernos tan queridos, tan salvados y tan vivificados por ese amor tan desbordante hacia todos y cada uno de nosotros.
Señor Jesús, que no olvidemos hoy ser signo de alegría en medio de la vida, de la familia, de la comunidad, de nuestros amigos y de tantos que necesitan del Evangelio de la alegría.
Así te lo pido. Así sea.
Muere el Papa Francisco
QUE HA REGRESADO A LA CASA DEL
PADRE.
Y que Dios le sepa recompensar por todo
el bien que ha hecho y seguirá haciendo
desde el Cielo a la Iglesia y al mundo.
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