Buenos días. Feliz martes Santo. Hoy la Iglesia nos presenta en el evangelio dos traiciones: la de Judas y la negación de Pedro. Y hoy podemos reflexionar sobre nuestras traiciones a Jesús para poder descubrir que Él es nuestra Roca, a la que si nos agarramos fuerte nunca quedamos defraudados, porque desde pequeños nos ha acompañado y enseñado. Pidamos al Señor que no se quede lejos, que siempre esté cerca para que no caigamos en las tentaciones de la traición. Seamos buenos y confiemos en Dios, nuestra Peña que nos sostiene.
1ª Lectura (Is 49, 1-6): Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré». Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la Tierra».
Salmo responsorial: 70
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa.
Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías.
Mi boca contará tu justicia, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.
Versículo antes del Evangelio: ¡Salve, Rey nuestro, obediente al Padre!: eres conducido a la crucifixión, como manso cordero al matadero.
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