Buenos días. Miércoles de Pascua. Seguimos rezando por el eterno descanso del Papa. Las lecturas de hoy nos presentan la alegría. Dice el salmista: "Que se alegren los que buscan al Señor"; buscándolo revive nuestro corazón. El paralítico va al Templo a buscar la caridad, la limosna, pero se encuentra con la alegría del Señor resucitado, que por medio de Pedro y Juan le devuelven las fuerzas para vivir y entra en el Templo para dar gracias a Dios. En el evangelio los discípulos de Emaús van tristes y desanimados hasta que sus corazones se llenan con la Palabra de Dios y la Eucaristía, y es cuando arde su corazón y sienten la alegría de Dios que tienen que salir corriendo a comunicarlo a todos. Y nosotros debemos alegrarnos en el Señor porque está vivo en medio de nosotros, sólo necesitamos escuchar su Palabra y recibir la Eucaristía con alegría, esperanza y fe y comunicaremos también nosotros que el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Seamos buenos y confiemos en el Dios vivo y verdadero.
1ª Lectura (Hch 3, 1-10): En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada “Hermosa”, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo: «Míranos». Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda». Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Salmo responsorial: 104
R/. Que se alegren los que buscan al Señor.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas todos los pueblos. Cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas.
Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra.
Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac.
Versículo antes del Evangelio (Sal 117, 24): Aleluya. Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos en él. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 24, 13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no lo conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no lo vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
“¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?” (Lc 24, 13-35)
Señor Jesús, en esta mañana pascual sales al paso, caminas conmigo, te haces cargo de mis cargas y de mis proyectos, de mis penas y alegrías, y me diriges la misma pregunta que en otro tiempo hiciste a los discípulos de Emaús: ¿Qué conversación es esa que traes mientras vas de camino?
Señor Jesús, ya me conoces. Voy ocupado con mis cosas, pensando en lo que hay que hacer, en lo que vendrá, en lo que tengo entre manos. Voy soñando proyectos e intentando encontrar la fórmula para afianzar los que ya se pusieron en marcha.
Señor Jesús, mientras camino hoy pienso de manera especial y emocionado en el Papa Francisco, seguro de que goza ya junto a Ti y a toda la buena gente que vive para siempre en tu presencia, también pienso en cómo está el mundo, en cómo vive y sobrevive la gente, en los míos y en los otros, y susurro mi oración de cada día. Haz que mientras vaya de camino te lleve a Ti en mi corazón y en mi boca, en mis gestos y acciones.
Señor Jesús, que mi corazón no conozca fronteras, ni límites, ni se debilite frente a la barbarie y el terror. Que mi corazón no se tambalee cuando veo que sigue habiendo mucho por hacer y pocos obreros dispuestos. Que mi corazón sea como el tuyo, un corazón que hace de la vida un continuo partirse y compartirse para poder saciar el hambre y la sed de tantos. Y que tu presencia me envíe al mundo a contar y a cantar que lo tuyo no es una broma, que has resucitado.
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