Buenos días. Feliz Viernes de Pascua. El Señor resucitado se aparece por tercera ocasión, esta vez en el lago, y los discípulos no se atreven a preguntar si es el Señor, porque lo saben, conocen sus gestos y saben cómo se parte y reparte en el pan y el pescado. Estas experiencias han hecho que veamos que el Espíritu Santo les da la fortaleza para afrontar toda dificultad, ya no tienen miedo a nada. Por eso, en el interrogatorio de los sacerdotes, Pedro recuerda que ellos han desechado a Jesús y lo han crucificado, ya no pueden hacer otra cosa, sino decir que el único nombre que salva es el de Dios, es el de Jesús el Nazareno. Hoy deberíamos meditar sobre la sencillez de Cristo que nos invita a tener fe en Él, y no desechar el único nombre de Dios que nos salva. La misericordia y amor de Dios se han convertido en eternos, para que no sintamos miedo de seguir la Verdad. Seamos buenos y confiemos en Dios, al que desecharon y se ha convertido en la única salvación.
1ª Lectura (Hch 4, 1-12): En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Más, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?». Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es ‘la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular’; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Salmo responsorial: 117
R/. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina.
Versículo antes del Evangelio (Sal 117, 24): Aleluya. Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos y alegrémonos en él. Aleluya.
«Es el Señor» (Jn 21, 1-14)
Señor Jesús, ayúdanos a reconocerte en la vida. Ayúdanos a encontrarte hoy en los rostros de la gente, en los encuentros que tengamos con otros, en los saludos, en los abrazos, en las miradas y en todas esas cosas que sin estar programadas nos sorprenden y nos asombran. Que todo me ayude a confesar, como a Pedro, que Tú eres el Señor.
Señor Jesús, ayúdanos a reconocerte en la solidaridad con los demás, en el darnos sin esperar nada a cambio, en los gestos y palabras oportunas ante aquellos que peor lo están pasando. Ayúdanos a reconocerte en el compartir, en el escuchar con el corazón y en el deseo sincero de que a nadie le falte ni el pan ni la paz. Que todo me ayude a confesar, como a Pedro, que Tú eres mi Señor.
Señor Jesús, que a lo largo de esta nueva jornada también yo llegue a decir: “Es el Señor” al verte encarnado en los otros, en tantas Buenas Nuevas, en tantos signos de tu Reino, en tanta esperanza, en tanta belleza como nos rodea, en tanta vida, en tanto servicio... en tanto.
Gracias, Señor, por esta nueva mañana. Ayúdame a reconocerte vivo y verdadero cerca de mí.
Así te lo pido. Así sea.
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