Socorrednos ¡oh misericordiosísima Señora! sin deteneros por la multitud de nuestros pecados. Acordaos que nuestro Creador tomó carne humana de vuestro casto seno, no para condenar a los pecadores, sino para salvarlos. Si no hubieseis sido hecha Madre de Dios, sino para vuestra honra y gloria, se podría decir, tal vez, que os interesaba menos el que nosotros nos salvásemos o perdiésemos; mas si Dios se vistió de vuestra carne por vuestra salvación y por la salvación de todos los hombres, ¿de qué nos serviría que fueseis tan poderosa y tan gloriosa, si no nos hicierais participantes de vuestra felicidad? Ayudadnos y protegednos. Vos sabéis bien la necesidad que tenemos de vuestra asistencia. A Vos nos recomendamos: haced que no nos condenemos, sino que sirvamos y amemos eternamente a vuestro Hijo Jesucristo.
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