Imelda está enamorada:
ante Él se pasa las noches
del atardecer al alba.
Mas, ¡ay!, las pasa llorando,
de mal de amor y añoranza.
De su sangre tiene sed,
y hambre de su carne santa;
comer el pan de las almas.
Le falta un abril a dos
para ser de Él enramada:
muy linda tendrá que ser
si tan grande Amor la enrama.
llora la pobre novicia:
- Me dicen que por pequeña
no comulgo todavía.
Pues vos, ¡mi amable Jesús!,
¿por ventura no decías:
"Dejad que los pequeñuelos
vengan en mi compañía?"
¿No amabais vos a los niños?
¿No lo erais vos, mi delicia?
Jesús, ¡compasión de mí,
que de amor me siento herida!
Si no me acudís bien presto,
no me encontraréis ya viva.
despierta antes que la aurora:
sale al jardín del convento
a cortar lirios y rosas.
En cada flor que recoge
pone un beso de su boca.
hoy exhalarás tu aroma:
¿y yo habré de estarme lejos
habiendo de ser su esposa?
La campana del convento
al templo llama a las monjas;
ella su ramito lleva
y en el altar lo coloca,
donde quisiera quedarse
para aspirar los aromas;
no los que exhalan las flores,
sino Aquel que la enamora.
Como abejas al panal
se acercan a Dios las monjas:
ella comulgar no puede
y se está detrás de todas.
Ve cuál fluye aquella fuente
y ardiente sed la devora;
de aquellas aguas del cielo
beber no puede una gota
y en lágrimas y suspiros
su corazón desahoga.
De manos del sacerdote
de pronto vuela una hostia,
y va hasta Imelda volando,
como blanca mariposa.
El sacerdote la sigue
y el copón bajo coloca
para que retorne al nido
el pichoncito de gloria.
Mas él volando, volando,
nunca desciende a la copa,
pues no quiere separarse
de su celestial paloma.
lo pone a Imelda en la boca...
nada en río de delicias.
No pudiendo soportarlas
cae al suelo amortecida,
y cual cristal que se rompe
su vida al romperse... expira.
Imelda muere de amor:
¡bien haya el que quiso herirla!
Quien de tal modo la hirió
bien será su medicina.
Hoy cuando asciende a los cielos
la lleva en su compañía.
¡La primera comunión
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