Imelda Lambertini (Bolonia, c. 1322 – Bolonia, 12 de mayo de 1333) fue una joven religiosa italiana, muerta a los 11 años de edad, según la tradición en un éxtasis durante su primera comunión. Fue beatificada en 1826 por el papa León XII, por lo que es usualmente conocida como la beata Imelda.
Maddalena Lambertini (quien cambiara su nombre a Imelda en religión) era hija del conde Egano Lambertini y de Castora Galuzzi, su esposa.
Aun siendo pequeñita, tenía una gran piedad, y hacía pequeños altares frente a los cuales oraba largamente. Tenía una gran admiración por Santa Inés de Roma. Su deseo más grande era el de recibir la comunión. Pero en esa época los niños no tenían la autorización de comulgar sólo hasta la edad de 14 años. Sin embargo, pedía insistentemente a sus padres que la ingresaran en el convento de las dominicas de Bolonia que aceptaba niños, quienes sólo eran sujetos a una pequeña parte de la regla. Aceptaron, y Magdalena entró con las novicias del convento de Val di Pietra a los 10 años, donde tomó el nombre de Imelda. Ahí, aun cuando no estaba obligada, seguía la regla con devoción y aplicación, suplicando a las religiosas y a su confesor que la dejaran comulgar, lo que ellos rechazaron, pues aún no tenía la edad permitida.
Llena de tristeza, un día, en la fiesta de la Virgen María, la niña estaba en la capilla orando con las religiosas. Según se cuenta, en el momento de la comunión una hostia se elevó fuera del ciborio y se vino a detener sobre la cabeza de Imelda. El sacerdote se acercó con la patena y la bendijo antes de dársela a consumir a la niña. Imelda se prosternó, y cuando las hermanas vinieron a revisarla para llevársela, la encontraron muerta con la cara en un éxtasis.
Los restos incorruptos de la beata Imelda, se encuentran en la iglesia de San Segismundo en Bolonia.
Fue beatificada en 1826 por el papa León XII y fue declarada patrona de los primeros comulgantes en 1910 por el papa Pio X quien, en ese año, decretó que los niños podrían hacer su primera comunión a una edad menor a la establecida anteriormente.
ORACIÓN
¡Oh Bienaventurada Imelda, amorosísima flor abierta al rayo del Sol Eucarístico!, henos aquí, amable protectora nuestra, postrados de hinojos en tu presencia y llenos de santa admiración y piadosos sentimientos por verte en tan tierna edad abrasada en los fervientes ardores del amor de Jesús, escondido en el Sagrario.
Pero si el recogimiento y el ardor de tu oración te pusieron bella y embalsamada, cual preciosísima flor, a sus divinos ojos, no nos sucede lo mismo a nosotros. ¡Grande es nuestra confusión al vernos tan ocupados con las mil vanidades del mundo, aun cuando queremos orar al pie de los altares! Nuestra alma, apenas en la primavera de la vida, aparece ya marchita y seca, como si no bastaran a reanimarla las aguas de la divina gracia. Préstanos tu ayuda, oh amabilísima Abogada nuestra, que cual rocío celestial refresques nuestro espíritu, que el mundo ha marchitado. Aprendan nuestros corazones, al contacto del tuyo, el amor a Jesús, y vuelvan amor por amor a quien nos ha amado hasta morir en la Cruz y quedarse en el Tabernáculo para llegar hasta nosotros.
Señor Jesús, que habiendo abrasado con el fuego de tu amor y recreado milagrosamente con el alimento de la Inmaculada Hostia a la Bienaventurada Imelda la recibiste en el cielo, concédenos por su intercesión acercarnos a la sagrada Mesa con el mismo ardor de caridad que ella, de tal manera que ansiemos separarnos del cuerpo para unirnos a Ti, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
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