jueves, 7 de abril de 2022

CARTA DE UNA MADRE A SU HIJO ABORTADO Y CARTA DE UN NIÑO ABORTADO A SU MADRE

CARTA DE UNA MADRE A SU HIJO ABORTADO

Querido hijo: Quiero pedirte perdón por lo que hice. Nunca podrás comprender cuánto he debido sufrir por ello. Durante largos años he debido arrastrar la pesada cadena de mi pecado. Pero un día soñé contigo y que venías corriendo a abrazarme y me decías: “Mamá, Mamá”. Nunca me olvidaré. Cuando me desperté, me parecía que tú estabas vivo junto a mí y me seguías gritando: “Mamá, Mamá”. Desde ese día, nunca pude olvidarte. Por eso, fui a la parroquia y encargué una misa por ti, por Juan. Así quise llamarte. El tiempo ha pasado. Ahora sólo me queda pedirte perdón y saber que eres feliz junto a Dios. Quisiera pedirte que no te olvides de nuestra familia y que vengas siempre a visitarnos y a traernos las bendiciones de Dios. Gracias, hijo mío, por tu presencia y por tu amor. ¡Cómo quisiera poder abrazarte y darte todo el amor que no pude darte! Tu madre, que te ama y siempre te amará.


CARTA DE UN NIÑO ABORTADO A SU MADRE 

Querida mamá: Me sentía muy triste desde aquel día en que me rechazaste y te deshiciste de mí como de un cacharro inútil. No puedes imaginarte cuánto he sufrido durante estos años al pensar que no tenía mamá, que no tenía nombre, que no tenía familia, que nadie me quería, que era un pobre desconocido en un mundo triste y oscuro, rodeado de tinieblas por todas partes y sin la luz del sol del amor. Pero un día pude meterme en tus sueños y te hice pensar en mí y te grité con todas las fuerzas de mi corazón: “Mamá, Mamá”. ¿Te acuerdas? Era yo que necesitaba de tu amor para ser feliz. Por eso, cuando aquel día glorioso encargaste una misa por mí, por Juan, me sentí el ser más feliz del mundo. Aquel día, un mundo nuevo amaneció para mí. Comprendí que no estaba solo, que no era un objeto anónimo del universo, sino que tenía una madre, que eras tú, que tenía un padre y unos hermanitos, que también asistieron a mi misa, y sentí vuestro amor y me convencí de que yo también tenía un nombre y una familia que me quería. Aquel día fue como una gran liberación. Desapareció la oscuridad de mi alma y el vacío de mi corazón y sentí por primera vez que yo también podía amar y comencé a reír y a llorar de alegría. No podía creer que hubiera un mundo tan maravilloso, el mundo del amor, de una familia bella, de un Dios que me esperaba, de una inmensa y gran familia celestial que me sonreía y se alegraba conmigo. ¡Qué felicidad! Es algo que no se puede expresar con palabras, solamente los serafines podrían expresarlo con sus cantos y su ardiente amor. Pues bien, desde entonces, ya no me siento más solo, estoy en el cielo, y puedo sonreír. Gracias, mamá, por haberme dado la vida. Siempre estaré a tu lado y con nuestros seres queridos para ayudarlos. Seré para vosotros como un angelito de Dios. Podéis invocarme cuando queráis y vendré volando en vuestra ayuda. No tengáis miedo, no tengo resentimientos, acudid a mí con confianza. Mi ángel custodio también os ayudará y, junto con el vuestro, formaremos un gran coro de ayuda familiar. Mamá, hasta pronto, porque el tiempo pasa muy rápido y pronto nos veremos en el cielo. ¡Tengo tantos deseos de abrazarte y de besarte y decirte que te amo y soy feliz...! Hasta pronto mamá. 

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