"Mirad cómo habla abiertamente" (Jn 7, 1-2. 10. 25-30)
Señor Jesús, eso nos gustaría a nosotros: hablar siempre abiertamente, sin miedo, sin tener que cuidar tanto las palabras que al final acabamos por no decir lo que queríamos, sin tener que pensar demasiado si a alguien le molestará escuchar la verdad de lo que Tú eres y de lo que Tú obras en nosotros.
Señor Jesús, pon en nuestros labios tus palabras, danos valentía para no callar ante la injusticia, haznos profetas que anuncian y denuncian, crea en nosotros un espíritu crítico capaz de no pactar con la mediocridad y la indiferencia. Danos entrañas de misericordia para ser compasivos con los demás, de modo especial con el prójimo más vulnerable.
Señor Jesús, pon en nuestro corazón ese modo tuyo de bendecir, de imponer las manos, de sanar y de ungir con el bálsamo de la fraternidad y la paz. Inspira en nosotros tus gestos y palabras, de modo especial ante quienes se sienten explotados, angustiados y desesperanzados. Que nadie se vaya nunca de nuestro lado sin haber visto en nosotros una sonrisa y un gesto de cariño.
¡Señor Jesús, vamos a por este viernes! Acompaña nuestro caminar. Haznos fecundos en el amor y haz que hablemos abiertamente de la suerte inmensa que es llevarte tatuado en el corazón y saber que Tú llevas tatuado nuestro nombre en tus manos.
Así te lo pido. Así sea.
Lectura del santo evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30
En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
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