viernes, 1 de abril de 2022

LA MUJER ADÚLTERA

...Entonces los escribas y fariseos le traen una mujer acusada de adulterio... (San Juan, cap. VIII). 


La predicación de Jesús no se extendía ya solamente a los apacibles valles galileos, sino que habiendo pasado el Tiberiades y Sichem, se propagaba rápidamente por Judea, a despecho de los sacerdotes y de los escribas, que hacían al Maestro una guerra terrible.
Jesús pasaba la noche con sus discípulos en el monte Olivete, y de madrugada iba a Jerusalén, donde predicaba en el templo.



Al llegar a este una mañana, y apenas se hubo sentado entre sus discípulos, le trajeron los fariseos una mujer acusada de adulterio, y presentándosela le dijeron:
- Maestro, esta mujer ha sido encontrada en su mismo lecho adulterando. La ley de Moisés ordena que las adúlteras sean apedreadas. ¿Qué dices tú?
Pero Jesús, inclinado hacia la tierra, callaba.
Insistieron los acusadores y entonces, poniéndose en pie, dijo:
"El que de vosotros esté libre de pecado, arroje contra ella la primera piedra".
Al leer esta frase no hay corazón humano que deje de estremecerse por amor a Jesús. Tan sabia y tan justiciera es, que no valen todos los códigos del mundo lo que vale es docena de palabras, reflejo indudable de los labios de Dios.
Podíamos nosotros haber dudado del origen divino del Rabí hasta este momento; podíamos haber considerado perfectamente humana la oratoria sublime del sermón de la montaña; podíamos haber negado a las portentosas curaciones hechas por Él su origen taumatúrgico, y  tratado de explicarlas acudiendo al socorrido procedimiento de la sugestión ejercida sobre el paciente, como afirma Renán; podíamos, en una palabra, haber rechazado como emanante de Dios todo lo ejecutado por Jesús... Pero, después de la sentencia recaída sobre la mujer adúltera no es posible negar que en la frente del Maestro ardía como una antorcha la luz del cielo.
"El que de vosotros esté libre de pecado arroje contra esa mujer la primera piedra".
He aquí la pauta en que debiera basarse exclusivamente la ética universal. No es necesario correr, como ahora, tiempos de nepotismo y de intriga, o de prevaricación judicial y de simonía religiosa, como antes, para comprender que la única fórmula de acusación verdaderamente eficaz ha de basarse en una limpieza absoluta de conciencia. ¿Que los códigos penales de todo el mundo tendrían que ser relegados a un rincón, como documentos inútiles? No. Los jueces seguirían siendo jueces, abriendo juicios y dictando sentencias. Pero los acusadores pondrían exquisito cuidado en limpiarse el alma de delitos antes de tirar la primera piedra.

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