El procónsul le preguntó a Papilo: "¿Sacrificas o qué dices?". Papilo contestó: "Desde mi juventud sirvo a Dios, y jamás he sacrificado a los ídolos, sino que soy cristiano. Y nada más has de oír de mi boca, pues tampoco es posible decir nada más grande ni más bello".
Después, el gobernador mandó que trajesen a su presencia a Agatónica, hermana de Papilo, la cual se negó también a ofrecer sacrificios a los dioses. Los presentes la exhortaron a que abjurase de la fe por amor de sus dos hijos, pero ella respondió: «Mis hijos tienen a Dios, y Él mirará por ellos». El gobernador la amenazó con condenarla a la hoguera, pero Agatónica permaneció inconmovible. Los soldados la condujeron al sitio de la ejecución; cuando la desnudaron, la multitud se maravilló de su belleza. La ataron a un poste, y fue expuesta y alcanzada por el fuego. Cuando el fuego empezó a consumirla gritó por tres veces: "Señor, Señor, Señor, ayúdame, pues en Ti he buscado mi refugio". Algunos compañeros cristianos recogieron ocultamente las reliquias, guardándolas.
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