lunes, 4 de abril de 2022

MEDITACIÓN LUNES V DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

“Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8,1-11) 

Gracias, Señor Jesús. Saberte cerca me reconforta. Y saber que ante mi pecado Tú siempre estás dispuesto al perdón desde la misericordia, me serena y me llena de paz. Porque me conoces y me conozco, y sé de mis pecados, de mis errores, omisiones, debilidades y faltas. Y no siempre consigo ser mejor. Y no siempre alcanzo a amar como Tú quieres que yo ame. Pero estoy dispuesto. 

Señor Jesús, ante mi falta de atención, ante mi indiferencia en tantas cosas, ante mis incoherencias, ante mi debilidad, ante mi débil testimonio, ante mis mentiras y ante mis dependencias y esclavitudes, sé que Tú me dices una mañana más "anda y en adelante no peques más". 

Señor Jesús, ante mi cabezonería, ante mis resistencias, ante mi falta de visión, ante mi pobreza interior, ante mi pobre mirada, ante mi manera escueta y superficial de vivir tu Evangelio, ante mi dificultad para traducir en gestos y obras lo que creo, ante todas mis ausencias y vacíos, sé que Tú me dices una mañana más "anda y en adelante no peques más".

Gracias, Señor Jesús, porque aunque me sé pequeño y aprendiz, una mañana más me recuerdas que estás a mi lado y que ante mi debilidad una vez más me susurras al oído ese "anda y en adelante no peques más" que me hace siempre nuevo. 

Así te lo pido. Así sea.


 

Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».









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