Amansa, oh piadosa Madre, las olas de tristeza y de congoja que combaten mí corazón, apaga las llamas enemigas que me cercan, embota los dardos que manos crueles vienen arrojando contra mi alma, amenazando atravesarla, envenenarla y meter en ella la muerte.
Oh alegría bienaventurada, oh paz, oh serenidad de los que te invocan, oh escudo y fortaleza de tus fieles servidores, ven y tiende tu mano sobre las llagas recibidas y sobre las angustias que me atormentan, da suavidad y paz a mi entendimiento para que mi lengua engrandezca siempre la alteza de la merced recibida.
Devuélvenos en lluvias de gracias las alabanzas que te dirigimos, abre ese manantial de gracias que por nosotros quiso encerrarse en ti y no vivamos ya entre noches, incertidumbres y temores; a ti seremos deudores de mercedes que jamás labios humanos podrán agradecer ni ponderar. Amén.
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