jueves, 10 de abril de 2025

JUEVES V DE CUARESMA C


Buenos días. Recemos por las vocaciones al sacerdocio. Y las lecturas hoy nos presentan en primer lugar la promesa de Dios a Abraham, que, rostro en tierra, con actitud de reverencia y acogida, confía plenamente en la Palabra de Dios y no duda. Y en el evangelio vemos cómo Jesús tiene que explicar y desgranar la promesa de Dios a Abraham, que los judíos han convertido en simple letra sin espíritu. Por eso, les es casi imposible creer que Dios esté caminando en medio de ellos, para darles cumplimiento a la Alianza de la tierra prometida (el paraíso). Por eso, es más fácil decir que Jesús está endemoniado y seguir instalados en la seguridad de la Ley que tener fe, como Abraham, y confiar plenamente en Dios con actitud reverente y esperanzada. Pidamos hoy a Dios que nos aumente la fe, que nos ayude a no instalarnos en nuestras seguridades y tener siempre confianza en su Palabra providencial. Seamos buenos y confiemos en Dios, que se acuerda de su Alianza eternamente.



1ª Lectura (Gén 17, 3-9): En aquellos días, Abram cayó rostro en tierra y Dios le habló así: «Por mi parte, ésta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abram, sino Abraham, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios». El Señor añadió a Abraham: «Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones».


Salmo responsorial: 104

R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra.

Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac.


Versículo antes del Evangelio (Sal 94, 8): Hoy no endurezcáis vuestros corazones, y oíd la palabra del Señor.



Texto del Evangelio (Jn 8, 51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no lo conocéis, yo sí que lo conozco, y si dijera que no lo conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo lo conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.




En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Os aseguro, quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre” (Jn 8, 51-59)

Señor Jesús, ¡guardar tu palabra!, ¿qué es? ¿Qué nos quieres decir con esto? ¿Se trata sólo de tenerla a buen recaudo? ¿Se trata de transmitirla sin más? ¿Se trata de una especie de seguro de vida? ¿De qué nos hablas, Señor?

Señor Jesús, guardar tu palabra, bien sabemos que no es preservarla bien escondida en un cajón o en una estantería de nuestra casa, sino vivir según lo que en ella se dice, convertir nuestro corazón desde ella, reconocer una y otra vez nuestras palabras al confrontarlas con esa palabra tuya, ser palabra para los demás, leerla, reflexionarla, contemplarla, predicarla, contrastar toda nuestra vida con ella y morir para vivir sin final, porque Tú nos dices que quien guarda tu palabra no sabrá lo que es morir para siempre.

Señor Jesús, haz que guarde tu palabra viviéndola, sin buscar siempre la traducción que más me convenga, sin intentar adherirme sólo a la que más me gusta, a la que ya me suena, a la que sé que no me va a zarandear demasiado.

Señor Jesús, haz que guarde tu palabra encarnándola en mi diario vivir, haciéndola vida allí donde sólo hay silencios y palabrería, anunciándola gozosamente donde sólo se conoce el dolor, la desolación y la tristeza. 

Y, Señor Jesús, una mañana más te pido por la paz, por el cese de esta nueva batalla económica que enfrenta a todos y por la salud del Papa Francisco. 

Así te lo pido. Así sea.






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