martes, 1 de abril de 2025

MARTES IV DE CUARESMA C


Buenos días. Cristo no tiene miedo de acercarse al dolor y al sufrimiento, porque para eso ha venido. Y hoy en las lecturas leemos que el agua será elemento que dará vida. Así el profeta dice que el agua dará vida al mar muerto, agua que fluye desde el Templo. Y en el evangelio el agua de la piscina tiene poder curativo, pero no es el agua sino que será Cristo quien cure al paralítico. Cristo, que en el evangelio de Juan es el agua viva de la Samaritana. Pero avisa que para mantenerse sano no debe pecar más. Pidamos a Dios su gracia abundante, la que nos regaló con el agua del bautismo, y que nos ayude con la penitencia a convertirnos de corazón y no pecar más. Seamos buenos y confiemos en Dios, que hace maravillas en nuestra vida.



1ª Lectura (Ez 47, 1-9.12): En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho. El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.

Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?». Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».



Salmo responsorial: 45

R/. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar.

Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.

El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra.


Versículo antes del Evangelio (Sal 50, 12a-14a): Crea en mí, ¡oh Señor, un corazón puro, y devuélveme la alegría de tu salvación.



Texto del Evangelio (Jn 5, 1-3.5-16): Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». Él le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’». Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.



“¿Quieres quedar sano?” (Jn 5, 1-16)

Sana, Señor Jesús, mis incoherencias y lamentaciones. Sana mis comodidades y rutinas que frenan mi compromiso. Sana en mí el juicio sobre los otros.

Sana, Señor Jesús, mis olvidos y despistes. Sana mi pobre oración. Sana mis ruidos y concédeme silencio para escucharte.

Sana, Señor Jesús, mi religiosidad vacía. Sana mis celebraciones distraídas y agendadas. Sana mi débil acercamiento a los últimos.

Sana, Señor Jesús, mis excusas. Sana mi falta de humildad. Sana mis complicaciones y muéstrame la sencillez.

Sana, Señor Jesús, todo aquello que me impide levantarme, caminar, seguirte y no pecar más. Hoy siento que me dices como a aquel hombre en Betseda: “¿Quieres quedar sano?”… Y mi respuesta es… SÍ.

Así te lo pido. Así sea.







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