¡Cuánto me es apreciable, cuánto estimo
el lenguaje severo de un amigo!
Y ¡cuánto me es odiosa y displicente
la adulación servil que usa conmigo
un esclavo impostor que, por dar gusto,
me engaña con astucia y artificio!
¡Ah, pérfido, que lejos de ilustrarme
procuras conducirme al extravío
con tus discursos falsos y cobardes!
Guerra me das, cuando la paz te pido,
y las verdades, que me ocultas siempre,
son otros tantos males y perjuicios.
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