Hoy escuchamos en san Lucas que el Señor cura a los enfermos que se le presentan y expulsa a los demonios, y ellos le dicen que saben quién es. Meditemos si nosotros somos capaces de reconocer al Mesías, al enviado de Dios, o si todavía estamos viviendo en lo carnal, como nos recuerda san Pablo. Abramos nuestro corazón al Espíritu y vivamos la novedad del Evangelio. Seamos buenos y confiemos siempre en Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 38-44
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios».
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero él les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
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