Oh, santa Regina, tú eres la hija del Dios de la vida y su amada santa, que despreciaste la vida mundana y terminaste en el calabozo por negarte a perder tu virginidad. Allí fuiste azotada cruelmente y sometida a otros tormentos, hasta que decidieron cortarte la cabeza. Y en medio de tu ejecución, apareció una blanca paloma y, absortos, muchos de los allí presentes se convirtieron a tu fe católica. Partiste, sí, y el Padre se alegró, y fuiste coronada, con corona de luz eterna. Oh, santa Regina, virgen y mártir, ruega por nosotros, y por tus méritos intercede ante Dios para que tenga misericordia de nuestras almas y podamos ir a la Patria celestial cuando acabe nuestra peregrinación en este mundo. Amén.
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