¡Oh soberano Señor y dueño de la vida y de la muerte, que para castigar el pecado habéis dado un decreto irrevocable, condenando a todos los hombres a morir una vez! Heme aquí postrado a vuestros pies, y humildemente resignado a cumplir esta ley de la divina justicia.
Lloro amargamente los pecados que he cometido hasta aquí, y pues he merecido como pecador rebelde mil y mil veces la muerte, la acepto en expiación de tantas culpas, la acepto por obedecer a vuestra voluntad adorable, la acepto en unión de la muerte de mi Salvador.
Quiero morir en el tiempo, en el lugar y de la manera que a Vos, ¡oh mi Dios!, pluguiere querer y ordenar. Aprovecharé el tiempo que me diereis en vuestra misericordia para despegarme de este mundo, en el que pocos instantes he de vivir, para romper los lazos que me tienen atado a este destierro y disponerme a comparecer delante de Vos.
Me pongo sin reservas en manos de vuestra providencia siempre paternal. Hágase vuestra voluntad en todo y siempre. Amén.
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