Dios mío, cuantas veces latiere mi corazón, pasare yo por delante de una iglesia o de alguna cruz, o fuere tentado, o encontrare a cualquier persona yendo o viniendo, trabajando o descansando, te prometo tener la intención de ofrecerte (tantas veces cuantos instantes tiene el día, cuantos granos de arena hay en la tierra y átomos en el aire) los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, sus ayunos, penitencias y dolorosa pasión, su sangre adorable, sus humillaciones y muerte, todas las Misas que se hubieren celebrado y se hayan de celebrar, los méritos de la Santísima Virgen, los trabajos de los Apóstoles, la sangre de los mártires, la pureza de las vírgenes, las austeridades de los penitentes, las oraciones de la Santa Iglesia; en una palabra, todas las obras meritorias que se han practicado y han de practicarse, con el fin de pediros y alcanzar el perdón de mis pecados, y el de los pecados de mis parientes, amigos y enemigos, de los infieles, herejes y malos cristianos; mi conversión y la de todos los pecadores que hay y habrá en adelante; la exaltación de la Iglesia, y el cumplimiento de tu adorable voluntad, así en la tierra como en el cielo; la adquisición de todas las virtudes, y en especial el descanso de las almas del Purgatorio, sobre todo las más abandonadas, en cuyo favor deseo ganar todas las indulgencias concedidas a las buenas obras que haga yo en el curso de este día; y en fin, la gracia de una buena muerte.
Deseo agradecerte otras tantas veces en mi nombre, en el de mis parientes y en el de todas las personas que ha habido, hay y habrá hasta el fin del mundo todas las gracias que me has concedido y me concedas, todos los dones naturales y sobrenaturales con que me has favorecido, todos aquellos que me concedes todos los días y me concederás hasta el final de mi vida, y no solo a mí, sino a todas las personas pasadas, presentes y venideras.
Deseo también agradecerte la bondad con que tanto tiempo me has esperado a penitencia, y con que me has perdonado tantas veces a mí y a todos los pobres pecadores.
En una palabra, formo la intención de hacer de la vida que me queda un continuo acto de expiación, acción de gracias, adoración, súplica, y sobre todo un continuo acto de amor.
Ojalá pueda yo, Dios mío, reparar de este modo todo el tiempo que he perdido, y tributarte toda la gloria de que te he privado hasta ahora.
(Este es un medio muy sencillo y al mismo tiempo muy fácil para que las personas que no tienen tiempo de orar largamente puedan acumular muchos méritos para la eternidad, y atraer sobre sí y sobre todo el mundo gran copia de gracias y bendiciones.
Basta hacer alguna o varias veces esta oración, ponerla sobre el corazón, en algún bolsillo, cosiéndola en el escapulario... y renovar la intención de repetirla cada vez que se la toca con la mano).
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