Las rutas más floridas del amor están sembradas de amargura. Madame des Houlieres, para hacer más sensible esta verdad, emplea una ficción ingeniosa y agradable. Finge que en un sueño creyó ver sobre unos mirtos floridos un pajarillo menor que los demás, cuya voz superaba a los más dulces ruiseñores, y que corrió mucho tiempo detrás de él sin poderlo pillar.
En fin, cuando no pudo resistirse
se rindió y lo cogí, cual fue mi intento.
Pero necia de mí, pues temí tanto
que se escapase, que lo entré en el seno.
¡Oh deplorable y pérfida aventura!
El pajarillo malicioso y fiero,
a quien antes juzgaba tan hermoso,
mudó en un punto su gracioso aspecto,
se volvió una serpiente muy horrible,
e incauto el corazón tomó alimento
de aquel mortal veneno que vertía.
Y así en vez de gustar de los contentos
e inocentes placeres y atractivos
con que su canto falso y lisonjero
había embriagado mis sentidos,
yo padecía el más cruel tormento.
El traidor no era dulce como antes,
y según sus caprichos tan diversos
turbaba mi razón y me angustiaba.
Con principios tan ásperos, yo viendo
que los placeres que gustar debía
se trocaban en penas y desvelos,
al instante renuncio una esperanza
quimérica y fatal con que el jilguero
quería un nuevo cebo presentarme,
y de un despecho de furores lleno
tomé prestada toda su violencia
y al impostor ahogué con ardimiento.
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