¡Dios Uno y Trino, Omnipotente y Eterno! ¡Antes de acudir a tus siervos, los Santos Ángeles, para implorar su auxilio, nos postramos ante tu presencia y te adoramos, Padre, Hijo y Espíritu Santo!
¡Alabado seas y glorificado por toda la eternidad!
¡Todos los Ángeles y los hombres que creaste te adoren, te amen y te sirvan, Dios Santo, Fuerte, Inmortal!
¡Y Tú, oh María, Reina de todos los Ángeles, acepta benigna los ruegos que les dirigimos a tus siervos y preséntalos al Altísimo, Tú, que eres la omnipotencia suplicante, la medianera de las gracias, a fin de que obtengamos gracia, salvación y auxilio! Amén.
Os lo suplicamos: ¡Conducidnos con seguridad a la Casa del Padre Celestial! Vosotros, Nueve Coros de los Espíritus Bienaventurados. ¡Apresuraos, socorrednos!
Os suplicamos: ¡apresuraos, socorrednos! La Sangre Preciosísima de Nuestro Señor y Rey se ha derramado por nosotros.
Os suplicamos: ¡apresuraos, socorrednos! El Corazón de Nuestro Señor late amorosamente por nosotros.
Os suplicamos: ¡apresuraos, socorrednos! El Corazón Inmaculado de María, la Virgen Purísima, vuestra Reina, palpita amorosamente por nosotros.
Os suplicamos: ¡apresuraos, socorrednos!
Arcángel San Miguel
Príncipe de los Ejércitos Celestiales, vencedor del dragón infernal, recibiste de Dios la fuerza y el poder para aniquilar, por la humildad, la soberbia del príncipe de las tinieblas. Te suplicamos insistentemente, nos alcances la verdadera humildad de corazón, la fidelidad inquebrantable para cumplir siempre la voluntad de Dios, y fortaleza en el sufrimiento y en la prueba. Socórrenos para no desfallecer ante el trono de la justicia de Dios.
Arcángel San Gabriel
Ángel de la Encarnación, fiel mensajero de Dios, abre nuestros oídos para que estén atentos a las más leves advertencias y toques del Corazón de Nuestro Señor. Permanece siempre junto a nosotros, te suplicamos, para que comprendamos debidamente la Palabra de Dios, la sigamos y obedezcamos, y cumplamos dócilmente aquello que Dios quiere de nosotros. Haz que estemos siempre disponibles y vigilantes para que el Señor, cuando llegue, no nos encuentre dormidos.
Arcángel San Rafael
Tú que eres lanza y bálsamo del Amor de Dios, hiere, te suplicamos, nuestro corazón con el Amor ardiente de Dios. Deja que nunca sane esta herida, para que perseveremos cada día en el camino de la caridad y que todo venzamos por el amor.
¡Ayudadnos, santos y poderosos hermanos, siervos ante Dios! Defendednos de nosotros mismos, de nuestra cobardía y tibieza, de nuestro egoísmo y ambición, de nuestra envidia y desconfianza, de nuestras ansias de riqueza, bienestar y fama.
Desatadnos de las cadenas del pecado y del apego a las cosas temporales.
Quitadnos las vendas de los ojos que nosotros mismos nos pusimos para no tener que ver las necesidades de nuestro alrededor y poder así tranquilamente, ocuparnos y compadecernos de nosotros.
Traspasad nuestro corazón con la santa ansiedad de Dios, para que no dejemos de buscarlo con ardor contrición y amor.
Contemplad la Sangre del Señor derramada por nuestra causa. Contemplad las lágrimas de vuestra Reina derramadas por nuestra causa. Contemplad en nosotros la imagen de Dios, desfigurada por nuestros pecados, que Él por amor imprimió en nuestra alma. Ayudadnos a conocer, adorar, amar y servir a Dios. Ayudadnos en el combate contra el poder de las tinieblas, que sutilmente nos rodea y acecha. Ayudadnos para que ninguno se pierda y un día estemos reunidos en la eterna bienaventuranza. Amén.
Durante la novena rezamos por la mañana la Súplica Ardiente, y a lo largo del día invocamos a menudo a los Santos Ángeles:
San Miguel, asístenos con tus Santos Ángeles, ¡ayúdanos y ruega por nosotros!
San Gabriel, asístenos con tus Santos Ángeles, ¡ayúdanos y ruega por nosotros!
San Rafael, asístenos con tus Santos Ángeles, ¡ayúdanos y ruega por nosotros!
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