Me encontraba en la Iglesia de Guadalupe, donde un árbol inmenso da su sombra a los que llegan. Estaba entrando, cuando observé en las raíces del árbol una ardilla que, desesperadamente, intentaba trepar por el tronco. Imaginé que tenía sus pequeñas ardillas, arriba. Dos cuervos enormes le impedían el paso. Cada vez que la pobre ardilla trataba de subir, ellos la atacaban despiadadamente. Le picoteaban el cuerpo con sus afilados picos. Y la ardilla retrocedía.
─ Cuervos malvados! ─ pensé.
La ardilla al final se rindió y se marchó por otro camino.
Un guardia, que se encontraba cerca, miraba el incidente igual que yo. Por eso me acerqué y le comenté:
─ ¿Vio lo que hicieron los cuervos, a la pobre ardilla? ¡Qué malos son!
─ ¿Cómo?! ─ exclamó el hombre indignado ─ ¿Qué dice usted? ¿Acaso no se dio cuenta?
No supe comprender y el guardia continuó:
─ La ardilla quería subir
por el nido de los cuervos, ¡para comerse sus huevos!
─ Imposible! ─ repliqué.
─ Hay un nido arriba y esta ardilla cada vez que puede sube a robarse un huevo. ¡Los cuervos defendían su nido!
Pasé la mañana pensando en lo rápido que somos para juzgar a los demás. Y cuánto nos equivocamos.
La experiencia de los cuervos y la ardilla, me enseñó el valor de no juzgar anticipadamente. De pensar con un toque de caridad.
Como dice mi esposa Vida:
No ver las apariencias, sino el corazón.
Y sobre todo, lo más importante, aprender a amar a todos mis semejantes, por distintos que sean o piensen. Amarlos a todos, sin juzgar, sin criticar, sin pensar mal de ellos, sin hacerles daño
sencillamente amarlos por lo que son: mis hermanos.
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